anayoga. clases de yoga y meditación

Meditación en Río Lobos.

Llevaba algunos días de viaje, ya por Soria. Un viaje variado, primero enfadada, luego embajonada y después con más orden.

 

En un camping vino. Estaba sentada en una mesa de terraza poco después del desayuno y mi percepción se acrecentó.

Me sentía rara, no estaba en ninguna situación especial, no estaba en un retiro, ni en un lugar sagrado, ni haciendo el amor, vamos en ningún escenario donde sí podía esperar entrar en estados expandidos, no. Pero entré.

 

Mi sensación corpórea se hizo más sutil y me empecé a notar expandiéndome.

En esta sensación tan placentera de estar un poco globo, me dio por sonreír.

 

Le conté a mi compañero cómo estaba. Aún no me conocía como ahora y puso cara de “ya está ésta”. Sonrió y me dijo que qué quería tomar, para eso nos habíamos sentado allí.

Le escuche con una voz un poco empañada y me quede quieta. Me lo repitió y no sabía que responder.

-No sé qué decir- A él le hizo gracia y me propuso beber alguna cosa que me pareció bien y asentí.

 

Estaba totalmente presente y a la vez todo sucedía ralentizado como si me encontrase “bajo el agua”.

Sentía, algo común a muchas de esas experiencias. Que el espacio entre los objetos, el aire, era más denso o más sustancial. La sensación de que todo está unido, que no hay cosas y espacio, que es lo que suelo percibir normalmente, si no que se nota el sustrato que contiene todo como un continuo.

Es muy difícil explicarlo.

 

Seguía sonriendo, sintiéndome rara en mi movimiento, graciosa con mi risa tonta y afortunada porque la Diosa había insuflado ese momento de no dualidad a mi experiencia.

Recuerdo que duro un rato. Me extrañó lo largo.

 

Gracias.

 

 

Al día siguiente el Cañón de Río Lobos.

 

Sabía que quería ir, me sentía profundamente atraída por ese sitio. Luego leí del misterio y del pedazo lugar de poder que es, pero aún no lo sabía.

 

Dimos un pequeño paseo lleno de domingueros. Era bastante accesible y con alguna piedra que trepar con poca dificultad.

Recuerdo estar reflexionando sentada al lado del río mientras veía a una mujer mayor, no de mucha edad, intentando subir torpemente a una piedra de la altura de un taburete. “-¿Cómo es que una persona perdió o nunca tuvo control sobre sus piernas?”

 

Llegamos a la ermita. Acercándonos empecé a notar la potencia del lugar. Entramos dentro.

Nos sentamos en los bancos de delante y nos pusimos a meditar. Sentí cómo mi experiencia comenzaba a ampliarse y me entregué.

 

En ese momento una mujer con voz muy trabajada de ángel comenzó a cantar. No recuerdo qué pero si me dicen que era María Callas cantando el Ave María me lo creo.

Su voz me llevó mucho más allá. Miré a mi compi con mirada de estar de viaje y sonreí. Ese sitio, esa voz, era todo tan espiritual, tan elevado… Cerré mis ojos y quedé suspendida en un vacío lleno.

 

Me expandí y se repartió mi presencia por todo aquel espacio interno.

La música hacía bailar y chisporrotear las células de mi cuerpo, ahora desdibujado en expansión.

Me embriagué de gratitud.

 

Entró más gente. La magia paró y salimos para fuera.

Seguí beoda por unos momentos y nos sentamos en una roca de la fachada a sonreír.

 

Gracias.

 

Si te ha gustado, comparte este artículo