Dando teta y meditando.
No recuerdo donde quedaron mis experiencias de juego espontaneo y libre. En qué momento eché la llave a ese rasgo mío tan divertido. ¿Cómo fue que toda la savia de mi árbol genealógico bajó de golpe impidiéndome ser libremente yo?
Cada vez que andaba por casa solo sabía marujear. Cocinaba, ordenaba y veía el desorden y me molestaba, ¡yo que fui tan desordenada!
¿Por qué perdí las prioridades que había defendido tanto antes?
La conexión profunda en intimidad, el abrazo eterno, los mimos, mirarnos horas a los ojos…
Un día, dando teta a mi hijo, me reconocí como muchas otras veces queriendo irme de esa situación. Estaba mi cuerpo pero yo estaba ausente. Me sentía fatal haciéndolo, como si traicionara a mi bebe.
Decidí que se acabo, que ya no me marcharía más con mi mente.
Me enamoré de mi bebé. A partir de ese momento estaría en presencia y en amor profundo.
Me costó. Tuve que cambiar mis maneras de irme hacia lo siguiente por quedarme. No fue fácil, pero lo hice.
Me quedaba. Sentía y sentía. Lo miraba y le amaba. Le amaba profundamente y sentía que él, con sus ojitos, me miraba diciéndome:
-Muy bien amatxu, estás aprendiendo muy bien de mi amor incondicional.-
Gracias Neo por todo lo que me enseñas.
Mi gran maestro. Mi gran PRESENTE.